En una dimensión diferente y paralela a la humana existía una chica. Una chica que no sabía nada de sí misma. Una chica que no conocía el temor a la muerte, pues en su mundo, la muerte no era sino un problema banal; que no conocía el temor a no ser reconocida como persona, pues en esa especie de mundo sólo se encontraba ella; que no conocía el temor hacia los pensamientos de los demás sobre ella, pues no existía la esencia de la apariencia; y que no conocía el temor a enamorarse, porque nunca había sentido amor.
Fue un día, sentada en la espesa mata de hierba negra que cubría ese mundo, y bajo un cielo igualmente negro, cuando lo vio. Se puso en pie y lo contempló. Su cuerpo, o lo que podría ser su cuerpo refulgía escultural y su mirada, o lo que parecía su mirada, tenía cierto colorido brillante que bien podría cegar a cualquiera. ¿Era aquello la luz?...Probable. ¿Era aquello otro...semejante...?...Probable. Lo que no previó como probable fue que él había llegado porque la buscaba.
Fue un día, sentada en la espesa mata de hierba negra que cubría ese mundo, y bajo un cielo igualmente negro, cuando lo vio. Se puso en pie y lo contempló. Su cuerpo, o lo que podría ser su cuerpo refulgía escultural y su mirada, o lo que parecía su mirada, tenía cierto colorido brillante que bien podría cegar a cualquiera. ¿Era aquello la luz?...Probable. ¿Era aquello otro...semejante...?...Probable. Lo que no previó como probable fue que él había llegado porque la buscaba.
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