lunes, 23 de agosto de 2010

Cuento. La Extraña.


En toda la ciudad denominan a este personaje como “La Extraña”. Todos la han visto pero nadie se ha atrevido a averiguar qué es lo que esconde dentro. Algunos creen que anda sola en la madrugada, bajo la luz tenue que desprenden las farolas en la calle, y que se detiene frente una casa abandonada. Otros, piensan que simplemente pretende apartar de su lado a grandes y horridos moscardones que zumban en torno a sus oídos, molestando su ambiente gratificante.
Yo supe cómo era ella. Yo la conocí. Yo era “La Extraña”.
Escuchaba lo que la gente de a pie decía sobre mí y mis características, según ellos, peculiares. Lo cierto es que nunca llegué a comprender por qué no llegaron a aceptarme en aquella sociedad de cimientos tan simplemente edificados, que podría barrerlos sin mover ni un solo músculo de los que poblaban mi grueso cuerpo. Y me limitaba a suspirar cada vez que a mis oídos llegaba el eco ensordecedor de algún comentario despreciable dedicado a mi persona. Oh, sí. Esos fueron años de felicidad. Después, la tormenta nubló mi visión de la vida tal y cómo yo la había construido. El fruto cayó antes que sus compañeros. Pero… ¿por qué debía yo ser ese fruto…?
Y miraba a un lado y a otro. Sólo veía miradas. Miradas de asco, de desprecio. Huí desesperada de aquellos que me daban la espalda. De aquellos que me consideraban una rata de cloaca. Me refugié acurrucada entre mis propios brazos. Yo no era capaz de abandonarme. Comprendí que el más fiel compañero es uno mismo y que tu mayor aliada será la soledad. Pero esta es tan gris, que necesitas lápices para colorearla. Yo no acepté los lápices, de hecho, nadie me los ofreció. Sin apenas percatarme, una nube de acero empolvado envolvió mi corazoncito en una capa resistente de frialdad y desconfianza que no deshice nunca, para nadie. Mirada congelada era mi provenir y vivía movida por la angustia que causaba en mí el tiempo que recorría solitariamente. Todo era silencio. Hasta podía escuchar mis propios pensamientos retumbando en mi mente.
Todo fue silencio…hasta que escuché una voz. Un sonido proveniente de algún lugar lejano. Recibí las llamadas de mi nombre una y otra vez. Entonces no tuve más remedio que buscar de dónde venía aquella exclamación. Si era cierto que lograba encontrar a alguien, sería la mayor alegría de su vida. Y estaba en lo cierto. Una figura oscura perfilada por la luminosidad de una sonrisa me esperaba con los brazos abiertos. Me contagió su luz.
-Acompáñame
Susurraba en voz baja. Dulce, aterciopelada, melodiosa. La voz más hermosa que había escuchado jamás. Me acerqué, atraída por el aroma de su aliento y tomé su mano. El cuerpo luminoso la aferró fuerte pero delicadamente, como si yo fuera un cisne, un pequeño cisne de cristal en un gran lago de escarcha que refulgía entre mi mundo anterior, grisáceo y sin vida en el que me había refugiado durante tanto tiempo…durante estos largos años…
Era él. Que acariciaba mi rostro con su mirada y que transportaba mis pensamientos lejos de allí cuando expulsaba su aliento de miel en mi cuello. Él, que con total paciencia me enseñaba a caminar de nuevo. Mi guía en el camino empinado y pedregoso que es la vida. Él.

Rima III




Misteriosa dama de rosa,
eres como orquídea,
distinguida.
Porque eres diferente,
Porque eres fuerte,
Porque eres exhuberante.
Que con esa belleza,
alteras,
y provocas que enloquezca.

Desahogo.


Ese día el cielo se hallaba encapotado. No sé cómo sucedió, pero parecía ser uno de los peores días de mi inexperta vida. Creo que mi única salvación era estudiar, porque durante toda la tarde lo hice, y seguí haciéndolo hasta la saciedad, para olvidarme de todo. Necesitaba despejarme de ideas vanas que no podía ni merecía albergar en mi mente. Y mi condena era esa: no poder cambiar quién soy, pero sin embargo poder cambiar lo que seré en el futuro. Ahora mismo, mi futuro se veía negro, y difuso. Era indefinido y eso me provocaba una sensación aterradora que invadía cada uno de los rincones de mi cuerpo. Lo cierto era que sentirme así no era ninguna novedad. Últimamente ése era mi sino y tal vez los únicos momentos felices que pasaba cada día eran en compañía de la música o, en el caso de los sábados, en compañía de mis mejores amigos.
El presente también se me presentaba confuso. Era imposible para mí saber qué estaba haciendo y por qué. Las ideas se batían en una lucha feroz en mi mente, interponiéndose unas a otras. El deber por encima de la pasión, la pasión sobre el estudio, el placer sobre la pasión, y el amor sobre todos.

Verano.


Las tres y veintiséis de la madrugada. El calor sofocante que asciende desde el asfalto hace de las suyas colándose por la ventana abierta de mi habitación. El ventilador remueve el aire librando batallas contra las partículas ardientes que intentan no dejarme dormir. Sin embargo, no sirve para nada. La botella de agua fría de un litro y medio que cogí de la nevera ya está vacía. Mi oso de peluche grita desesperado que deje de abrazarlo. El ordenador se mantiene encendido descargando una serie de animación japonesa.
Las tres y veintinueve de la madrugada. El calor ya no parece tan extenuante. El ventilador hace ondear sus aspas al doble de velocidad que minutos antes. La botella de agua de un litro y medio sigue vacía. Mi oso de peluche ya no grita, ahora pide agua. El procesador de mi ordenador produce ruidos extraños.
Miro sin ver el techo del dormitorio. Desde la cama, tengo la sensación de que he empequeñecido. A mi izquierda, la ventana. A mi derecha, las fotos de mis amigos. Arriba, mis pensamientos. Flotando en forma de nube sobre mi cabeza. Bullen ruidosos, confusos e irritados algunos. Existe tal colapso entre los dos hemisferios de mi cerebro que siento cómo empieza a nacer otro con aire condicionado incluído...

Los días de verano son agotadores.

Short Hair.

Ya sé que mi alma enferma está, y que mis antiguos sentimientos nunca volverán. No soy la misma de antes, me hace pensar. ¿Antes era mejor? No lo recuerdo...han quedado tan atrás aquellos días de primavera en los que caminaba con una sonrisa dibujada en la cara que apenas puedo saber quién fui. María me llamaba, y así me sigo llamando. Sin embargo, mi nombre ya no significa lo mismo. La oscuridad invadió mi corazón a paso lento pero ávidamente. Sólo aquellos que verdaderamente poseen un alma transparente, podrán verme.

Reflexión.


Yo soy de esa clase de personas. De las que sacrifican su propia felicidad para hacer felices a los demás. Sí, eso en mi idioma se llama masoquismo, pero al fin y al cabo, te hace sentir completamente realizado. Mi vida estaba reducida a aquello, a existir como pegatina, como parásito, como observador y después, como ejecutor y moderador.Existía en mi interior el arma más poderosa que cualquier hombre que poblara la tierra podría imaginar. Un arma tan potente, que no todos serían capaces de poder controlar. Sí, el corazón también funciona como arma. Un arma de fuego. Una pistola cuyas balas son tan sólo fragmentos de esa masa rojiza que te permite vivir. El mío no me permitía vivir a mí, sino a los que me rodeaban. Ese era mi trabajo, mi misión como persona. No todos aceptan ser sometidos a mi arma. Y mi arma...yo...tampoco deseo someterlos a todos.

viernes, 30 de julio de 2010

Para mi abuela. Que en paz descanse.

Esta mañana te veías gris y pardusca.
Tu piel ya no era tersa.
Tus labios ya no hablaban.
Aquellos tatuajes que aquel día brillaban, hoy se encuentran sucios.
Tu pelo ya era blanco.
Tus labios ya no hablaban.
Hoy te traje una flor, para adornar tu lecho.
Tus ojos se apagaban.
Tus labios ya no hablaban.
Y me senté a tu lado. "Seguro que estás sola allá donde te encuentres", pensé.
El sueño te invadía.
Ya nunca volverías.

No hay viento...


Ya no hay viento que me cuente
lo que haces
se ha esfumado, ya no vuelve
y la brisa lo sustituye
brisa suave, débil...como mi corazon ahora
a veces brisa entrecortada...rasgada por el sonido de la lluvia
o por el sonido de los árboles al mecerse
la lluvia...penetrante...cual flechas punzantes
se clavan...sin dudar donde más duele
y se quedan ahí, por eternidades yacentes
No puedes extraer aquellas agujas que hoy te hieren
Aquel sufrimiento que anidó en tu interior, afloró y se marchitó
Ahora, te quema la piel lentamente, la deshacen como si fuera simple cartulina
Endeble...
Insignificante...
Austero...
Doloroso...

Estaciones. Otoño.



El final del verano, y con este, la llegada de la brisa del nuevo otoño que se avecina. Pronto los árboles comenzarán a tener frío en sus desnudos brazsos mientras sus vestimentas
de secas hojas cubrirán el suelo. Pero que la tristeza no anide en sus arbóreos corazones, poque pronto la primavera teñirá de verde de nuevo los prados, y traerá coloridas flores a los desnudos sabios del bosque. Ellos que han sido partícipes en millones de despedidas en otoño, de lágrimas y llantos de amor. Con la llegada de la primavera, tal como pasa con los ancestros verdes, nuestro corazón vuelve a cubrirse de hermosas flores, las que sustituyen a las caídas en otoño bajo el duro frío de la brisa que a la Naturaleza estremece. La primavera es la sanación de corazones, y el otoño sólo el infranqueable muro que cubre muchos de ellos hasta esperar que una luz atraviese los ladrillos de sus paredes e ilumine así nuestra conciencia y nos haga aún más fuertes de lo que éramos en ese oscuro otoño.

viernes, 23 de julio de 2010

Naturaleza y amor.

Sí...podía sentirlo...el rasgar las hojas contra el humilde y escaso viento del verano; el agua de la fuente juguetear con los humanos; y las rosas...las rosas mirando a una chica. Una chica que moría de amor por el chico que, cayendo en las redes de la fuente, se complacía con las pocas gotas frías que regalaba. Ajeno a aquella batalla que por él, y sin él se disputaba, reía, llamándola. Negábase ella, con cierto atisbo de rubor en sus mejillas. Pura farsa. Él no debía saber lo que ella pensaba. Las rosas suspiraban. La fuente la abrumaba. Y él...tan sólo la miraba. "¿María?"...escuchaba. Y una, y otra...y otra vez. No, no estaba. "Deja de llamarla, es inútil...ella no puede escucharte" advertían las rosas. "No, aparta...ven a jugar" repetía la fuente, con voz cantarina. "Escúchala"...aconsejaban las hojas. "Entiéndela" deseaban las hormigas. "Ámala" susurraba el viento.
Ella miró sus ojos. Él miró sus ojos. "Ven" decían los de ella. "Me preocupas" decían los de él.
Los brazos de ella se abrieron. Los brazos de él también. "Ven" decían los de ella. "¿Qué te pasa?" decían los de él.
Los labios de ella se acercaron a los de él. Los labios de él ardían. "Ven. Te quiero" decían los de ella. "Bésame" decían los de él.

miércoles, 7 de julio de 2010

Moonlight.


En una dimensión diferente y paralela a la humana existía una chica. Una chica que no sabía nada de sí misma. Una chica que no conocía el temor a la muerte, pues en su mundo, la muerte no era sino un problema banal; que no conocía el temor a no ser reconocida como persona, pues en esa especie de mundo sólo se encontraba ella; que no conocía el temor hacia los pensamientos de los demás sobre ella, pues no existía la esencia de la apariencia; y que no conocía el temor a enamorarse, porque nunca había sentido amor.
Fue un día, sentada en la espesa mata de hierba negra que cubría ese mundo, y bajo un cielo igualmente negro, cuando lo vio. Se puso en pie y lo contempló. Su cuerpo, o lo que podría ser su cuerpo refulgía escultural y su mirada, o lo que parecía su mirada, tenía cierto colorido brillante que bien podría cegar a cualquiera. ¿Era aquello la luz?...Probable. ¿Era aquello otro...semejante...?...Probable. Lo que no previó como probable fue que él había llegado porque la buscaba.

sábado, 3 de julio de 2010

Composición (I)

Colección de Metáforas (III)


Superación Personal.

Un paso...dos pasos...tres pasos...¿por qué no llegaba a su destino de una vez?Cansado ya de esperar siguió caminando entre la bruma, perdido porque no sabía qué había en torno a él...cuatro pasos...cinco pasos...No se podía oír nada, ni el más mínimo rastro de vida en ese asqueroso lugar, tan sólo el retumbar de sus paso sobre la fría piedra...seis pasos...siete pasos...ocho pasos...¿Qué es eso? una luz en el horizonte que le atrae como si de un imán se tratase...hacia su centro. Siguió su camino pero, esta vez, se dirigió hacia la luz...nueve pasos...diez pasos...once pasos...doce pasos...trece pasos...
Pero la luz se alejaba...cada vez más y estaba desesperado por alcanzarla: su brillo, su belleza, su...calor. No se rindió y continuó caminando, mas sus piernas eran como rocas que tenia que soportar, un pesado equipaje...catorce pasos...quince pasos...dieciséis pasos...
La luz se hace aún mayor cada vez que se acercaba, sin embargo nunca lograba alcanzarla...y seguía caminando...cansado, sí, pero prosiguió su viaje. Diecisiete pasos...Dieciocho pasos...Diecinueve pasos...
Mucho más grande, mucho más brillante y sobre todo, mucho más hermosa. Paró a contemplar aquella maravilla que se extendía ante él con gran esplendor y sobrenaturalidad. Allí le esperó tras cincuenta agotadores pasos, pero al fin halló lo que quería. Sin embargo, no se quedó allí parado, sino que continúo su viaje, hacia nuevos horizontes, nuevas luces que encontrar, nuevas experiencias que contar...sesenta
pasos...sesenta y un pasos...sesenta y dos pasos...

Rimas.


Segunda Rima: Te Odio.

Te odio, mi vida:
eras mi pasión,
eras mi alegría,
eras mi razón,
eras mis eternos días.

Eras imaginación,
eras poesía,
eras canción.

Te odio, mi vida:

En mis recuerdos
ya no existe velada
que narre sucesos de amor,
ni cuentos de hadas.

Ya todo acabó
y ¡ay amor!, gracias a tus ausencias,
mi lira nunca murió.

Colección de Metáforas (II)


Cómo la muerte se nos lleva...

En una fría y hastía noche hibernal, donde sólo los gatos poblaban las húmedas aceras y la basura derramada, comenzaron a escucharse pisadas. Alguien se acercaba sobre las hojas produciendo quejidos crujientes en éstas, que acababan despedazadas sin piedad sobre el asfalto. Ahí estaba yo, sobre el suelo, ciega y desvalida, desorientada y terriblemente confundida, llorando sin saber cómo pero sabiendo el por qué. Entonces las pisadas se aproximaron. Una...dos...tres...cuatro...Los latidos de mi corazón de aceleraron. Cinco...seis...siete...ocho...Mi boca dejó de salivar y mis labios, resecos cesaron su temblequeo. Nueve...diez...once...doce...Puedo sentir tu olor aproximándose. Trece...catorce...quince...dieciséis...Y tu aliento escaparse travieso desde tus labios y golpear mis livianas mejillas. Diecisiete...dieciocho...Mis ojos se cierran, al igual que los tuyos. Diecinueve...Tu delicada mano enguantada reposa bajo mi mentón arañado por el asfalto, de arrastrarme. Veinte...El sentir de tus labios sobre los míos y la luz intensa y cálida que anunciaba el comienzo de la nueva vida, allá, contigo.


Colección de Metáforas (I)


Nadie.
Se agazapó en un rincón de su dormitorio, donde gobernaba la absoluta oscuridad, eterna. Mantuvo sus ojos abiertos durante unos minutos, dirigiendo su mirada hacia la puerta sin apenas pestañear. Acto seguido dejó su espalda apoyada contra la pared vacía que se encontraba tras su cuerpo. Estiró las piernas sobre el suelo y cerró sus ojos lentamente. Se permitió unos momentos de paz mientras la música continuaba retumbando contra las paredes y provocando temblores en el suelo. Suspiró, intentando contener las ganas atroces de salir y gritarles a todos que se marcharan. Tampoco le importó demasiado...seguiría siendo invisible a los ojos de los demás. Y es que no eran capaces de ver su silueta, y solo Nadie la acompañaba en sus viajes. Pero a pesar de los esfuerzos de Nadie por ser un buen compañero, ella siguió mustia tirada en la habitación. Nadie lloró por ella. Derramó lágrimas sobre el suelo, inundándolo. Pero ella, a pesar de verle llorar no sintió compasión...su mirada continuaba perdida en aquella peurta entreabierta del dormitorio, y ella no había dejado de pensar en Todo, quedando así en el olvido Nadie.
Nadie sigue vagando por el mundo, de lugar en lugar buscando almas solitarias donde poder anidar, pero cuando encuentra alguna, debe mudarse al poco tiempo.

viernes, 2 de julio de 2010

Fantasías Japonesas. (I)


Sakura, Sakura.

Satsu dormía plácidamente en el futón de al lado, mientras yo me mantenía despierta, sin apenas haber podido pegar ojo en toda la noche, nerviosa por los acontecimientos del día anterior y los que hoy me esperaban. Desesperada por la acumulación de pensamientos en mi mente me levanté y asomé mi cabeza a través del hueco cubierto con sábanas en la pared, que actuaba como ventanuco. Aspiré el aire frío de la mañana del dos de mayo y cerré los ojos dejando que la brisa suave y fresca revolviera los mechones de mi cabello que caían a ambos lados de mi rostro, después de la atareada noche anterior en el café Setsumono. Sin importarme el tiempo que tardaría después en volver a peinarme suntuosa y bellamente(que serían unas cuantas horas), me deshice de la cinta que sujetaba mi moño típico japonés, dejando que mi melena negra oscura se derramara como pequeñas cascadas sobre mis hombros. Observé el patio desde allí. Estaba cubierto de pequeñas florecillas rosadas. Ya había llegado la primavera, y algunas de las hojas que entorpecían el nacimiento de otras nuevas caían al suelo, rechazadas, mientras que las otras, tan rosadas que hacían daño a la vista, brillaban y se mostraban en todo su esplendor. Mi pensamiento se desvió un instante de la flor del suelo para fijarse en las del cerezo de donde se había desprendido la primera. Me llevé instintivamente la mano al obi de mi kimono, las geishas no nos lo quitábamos para dormir pues costaba mucho trabajo ponerlo, al igual que peinarse, por eso también dormíamos con una especie de almohada henchida y alta, lo que permitía mantener nuestro cabello intacto. Rebusqué en el obi y la encontré. Observé sus pétalos y la apreté contra mi pecho fuertemente. Me sentí aliviada un instante y en mi mente visualicé la imagen de Haru, que me la había regalado ayer mientras caminábamos juntos de regreso a casa. Él era mi vecino. Había visto una flor en el suelo, la había recogido y entre sus manos pareció como si volviese a florecer y, después, la colocó sobre mi oreja.
-Mi pequeña Sakura.
Murmuró mirándome y yo sonreí como respuesta.

Cuentos (II)


Sayonara Butterfly.

Realmente no sabía bien dónde se encontraba y por qué una masa atrozmente grande de miradas se fijaban en él, algunas curiosas, otras malvadas, otras mentirosas, otras dulces, otras cálidas...y le observaban con tal detenimiento y curiosidad como si no le hubieran visto en la vida. Y aunque le aterrorizada pensarlo, había sido así desde que nació. Siempre había sido el chico invisible, el que todos se olvidaban de sortear en los pasillos de la escuela excusándose con un "perdona, no te había visto", como si él no lo supiera; el chico sin rostro, porque nadie se acordaba de él, tal vez de su nombre, pero nunca de sus ojos ni de sus facciones. Su paraíso siempre había estado nublado. Y es que Keiichi estaba siendo arrojado en el olvido eterno. Pero nunca había sospechado que también había otra persona con su misma situación, nunca lo habría sospechado hasta...aquel día en el auditorio del teatro municipal. La miró mientras actuaba en el escenario, mientras movía las alas como si se tratase de una mariposa, hermosa, liberal, terriblemente...atractiva a la vista. Pero sólo él pudo saberlo. Ella aleteó de nuevo sus alas vaporosas en el aire, rasgándolo con un sonido débil, como su temiera hacer daño al propio oxígeno existente en el ambiente. El acorde final, una cadencia semiperfecta resonó en toda la sala, los acordes primero y cuarto, dieron fin a la obra. Y él quedó con ganas de más. Se levantó y corrió, corrió...corrió...hasta más no poder, pero no había rastro de ella. No...no podían haberse olvidado de ella...no podían haberse deshecho de aquella mirada, de sus alas...No tenían derecho. Pero la mariposa ya había volado lejos de allí, y Keiichi no tardaría en acompañarla.

Cuentos (I)


Cuestión de ética.

Laurence nunca pensó que llegaría su obsesión tan lejos. Él había supuesto que sería una etapa más del conjunto que formaba su adolescencia. Pero él había madurado hacía tiempo ya...¿qué había pasado? La angustia invadió su cuerpo al completo, y sus pensamientos le arrancaron del lugar donde s encontraba, frente a Nancy en clase de filosofía. No le importaban ni Platón ni Freud, en ese momento no. "¿Laurence? ¿Estás dormido?" Resonaba una voz en su cabeza...siempre diciendo lo mismo, una y otra y otra vez. Entonces decidió regresar, pero sólo por unos minutos.-¿Qué?.-respondió de mala gana, sin saber a quién dirigirse, por lo que continuó mirando al frente.-¿En qué piensas, tío? ¿No ves que estamos copiando? ¿Por qué no coges apuntes?-¿Eh?Nancy reflejó un gesto de claro desdén en su rostro.Suspendí el examen de filosofía. Parecía ser que Platón y Freud eran más importantes de lo que yo pensaba y justamente por su culpa, mi madreme castigó la semana entera sin tocar mis comics. Perfecto. Sería una semana estupenda. Pero, a pesar de todos esos inconvenientes, yo continuaba reflexivamente extraño. No podía dejar de pensar en lo que Gabriella(una compañera de una compañera perteneciente a mi clase) me había pedido salir hacía apenas unas dos semanas. Estaba buena, sí, bueno, superbuena. Pero no me llamaba la atención. En realidad...no tenía más de dos centímetros cuadrados de masa cerebral. Pensé que sería fácil aprovecharse de ella pero teniendo en cuenta que estaba más sobada que la pipa de un indio, como se dice normalmente, pues decidí rechazar su oferta. Y es que yo siempre he estado perdidamente enamorado de mi mejor amiga Nancy, pero obviamente ella no lo sabía, o al meno fingía no saberlo.Cda vez que sus ojos profundos se clavaban en los míos yo apartaba la mirada con el vello escarpiado, y ella reía y su risa flotaba en el ambiente aportando durante unos segundos una dulce melodía que se fundía con los horribles ruidos del patio del recreo o de la discoteca que frecuentábamos. Hacía tiempo que quería decírselo, pero no encontraba la forma de hacerlo. "Nancy, tengo que hablar contigo". Ella me miraba con aquellos ojos como oceános y yo me amedrentaba, con las manos temblorosas, y acto seguido me ponía rojo como un tomate y a lo mejor decía cualquier tontería que se me ocurriera en ese instante. Y entonces su música volvía a fundirse con los gritos de los chicos del patio del recreo jugando al fútbol.Suspendí la primera evaluación.Filosofía nunca se me ha dado del todo bien, y si además añadimos a eso que apenas trabajo esa materia, pasa lo que pasa. Examen suspenso más trabajo sin entregar es igual a un cero como una casa. El caso es que eso me daba exactamente igual. Pero mis notas ese trimestre eran vergonzosas, pues sólo había conseguido dos sobresalientes. Yo soy muy perfeccionista, y me gusta mucho superarme a mí mismo en los exámenes, es como si mi enemigo o contrincante en una pelea fuera yo mismo, o mi mente en el caso de los exámenes. ¡Pero un ocho en matemáticas! Era totalmente inadmisible. Suspiré. "Bueno, en la segunda evaluación lo haré mejor". Lo peor había sido mi seis en Latín. Me dieron ganas de llorar, pero no lo hice porque entonces sí tendría problemas. Y de los gordos. Entonces, mientras miraba mis horrendas calificaciones, Nancy se acercó a mí, con su habitual sonrisa de siempre pintada en la cara y me preguntó por mis notas. Gruñí como respuesta y enseguida supo que se trataba de mis notables por lo que me sentía tan irritado. Nancy siempr suspendía a propósito y se presentaba a los exámenes de recuperación, los cuales eran más fáciles de aprobar. En mi opinión eso no suponía ningún reto, pero ella es simple, siempre busca el camino fácil y rápido. Siempre comparaba sus notas con las mías, riéndose y regalándome suaves caricias en el hombro para consolarme por mis notables. Pero yo sabía que ella era mejor que yo, y sabía más que yo, y por mucho que quisiera saber tanto como ella no lo conseguiría jamás. Era el modelo de hija que todo padre desearía: aplicada, de sobresaliente(si quisiera, y de hecho, en la universidad fue así), inteligente, música, escritora, pintora, diseñadora grafica, no era rebelde, pacífica...Y yo en cambio era el modelo de estudiante o adolescente que se pillaba sus rabietas de vez en cuando y no hacía nada por las tardes salvo prepararse el examen de historia para dentro de dos semanas. Deprimente. Sencillamente patético. Y para colmo, siempre ella tenía a autoestima por los suelos. ¿Cómo alguien tan perfecto puede ser así? Se le caía el alma a los pies al mirarse al espejo y contemplar sus anchas caderas, sus pequeños pechos aún sin formar, su orondo rostro y sus abultadas piernas; y saber que no era como las demás a veces causaba en ella una oscuridad triste y solitaria. Yo la quería tal y como era, pero claro está, ella no lo sabía. Se calificaba como torpe, gorda, y cuando la insultaban, daba a razón a los chicos que la miraban mal...Para mí siempre ha sido y será una persona admirable.